La trama nupcial (Jeffrey Eugenides)

… Para empezar, mira todos esos libros. Sus novelas de Edith Wharton, ordenadas no por títulos sino por fechas de publicación. La colección de Henry James de la Modern Library, regalo de su padre cuando cumplió veintiún años. Los manoseados libros en rústica que tuvo que leer en la facultad, mucho Dickens, algo de Trollope, junto con unas buenas raciones de Austen, George Eliot y las temibles hermanas Brontë. Un lote completo de libros de bolsillo en blanco y negro de New Directions, mayormente poesía de gente como H. D. o Denise Levertov. Estaban también las novelas de Colette que leía de tapadillo. La primera edición de Parejas, que era de su madre y que Madeleine había hojeado a hurtadillas en los últimos años de primaria y ahora utilizaba como soporte textual para su tesis de licenciatura en Lengua sobre la trama nupcial…

* Traducción: Jesús Zulaika
* Editorial: Anagrama

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Middlesex (Jeffrey Eugenides)

… Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974…

* Traducción: Benito Gómez Ibáñez
* Editorial: Anagrama

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Las vírgenes suicidas (Jeffrey Eugenides)

… La mañana en que a la última hija de los Lisbon le tocó el turno de suicidarse —esta vez fue Mary y con somníferos, como Therese—, los dos sanitarios llegaron a su casa sabiendo exactamente dónde estaba el cajón de los cuchillos y el horno de gas y dónde la viga del sótano en la que podía atarse una cuerda…

* Traducción: Roser Berdagué
* Editorial: Anagrama

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Sábado (Ian McEwan)

… Al despertar, horas antes del alba, Henry Perowne, neurocirujano, descubre que ya está en danza, aparta las mantas de su postura sedente y se levanta. No sabe con certeza el momento exacto en que ha despertado, pero tampoco le importa. Nunca ha hecho algo así, pero no se alarma y ni siquiera se sorprende un poco, porque el movimiento de sus miembros es ágil y placentero y nota una fuerza insólita en la espalda y las piernas. De pie y desnudo junto a la cama —siempre duerme desnudo—, siente su plena estatura, la respiración paciente de su mujer y el aire invernal del dormitorio en la piel. Lo cual también es una sensación placentera. El reloj de la mesilla marca las tres cuarenta. No sabe qué está haciendo levantado: no necesita aliviar la vejiga, no le perturba un sueño, tampoco un elemento del día anterior ni el estado del mundo. Es como si, ahí en la oscuridad, saliendo de la nada se hubiese materializado entero, completo, sin impedimentos…

* Traducción: Jaime Zulaika
* Editorial: Anagrama

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Mimoun (Rafael Chirbes)

… Cuando tomé la precipitada decisión de vivir en Marruecos, no imaginaba que, en un país que había recorrido en varias ocasiones y que siempre me había parecido desértico, pudiese llover tanto. Sin embargo, aquel invierno que pasé en Mimoun llovió durante semanas enteras…

* Editorial: Anagrama

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Chesil Beach (Ian McEwan)

… Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible…

* Traducción: Jaime Zulaika
* Editorial: Anagrama

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Los disparos del cazador (Rafael Chirbes)

… Llamo a Ramón, mi criado, y le pido que me ayude a salir, y me abrazo a él, que me envuelve en una toalla y me habla en voz baja, repitiendo muchas veces las mismas palabras como si quisiera hipnotizarme. Las gotas de agua se quedan en el mármol del suelo, junto a la bañera, como los restos de una belleza destruida.
Antes, cuando mi hijo traía a Roberto para que pasara con nosotros las tardes de domingo, encontraba en sus ojos infantiles destellos de esa belleza. Pensaba que dentro de él crecían los colores que luego habrían de perseguirlo para siempre. Mi propia mirada descubría las fuentes en las que bebía: el sol dibujando una telaraña en el jardín, el libro de los animales, las colecciones de cromos, la caja de metal en la que Eva guardaba golosinas que extraía con su mano deforme por la artrosis, pero que a Roberto le parecía la de un mago, el cajón de las viejas fotografías. A veces, cuando lo sentía extasiado en mis brazos, deseaba su felicidad, su muerte.
Ramón me coge del brazo y me conduce a lo largo del pasillo desde el salón donde he permanecido oyendo la radio, hasta mi cuarto. Se pone del lado derecho. Siempre es así…

* Editorial: Anagrama

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Lo que yo llamo olvido (Laurent Mauvignier)

… y lo que ha dicho el fiscal es que un hombre no debe morir por tan poca cosa, que es injusto morir por una lata de cerveza que el tipo ha conservado en las manos lo suficiente para que los seguratas puedan acusarlo de robo y jactarse, después, de haberlo identificado y elegido entre los otros, la gente que está allí comprando, tiene tiempo para intentar, eso mismo, intentar, correr hacia las cajas o amagar un gesto para resistírseles, porque así podría advertir lo que son capaces de hacer los seguratas, lo que saben, e incluso bajar los ojos y acelerar el paso, si decide escapar caminando muy rápido, sin dejarse llevar por el pánico ni salir corriendo, conteniendo el aliento, los dientes apretados, un movimiento, cosa que ha hecho, no tratar de negar cuando los ha visto llegar y ellos se han, no diré lanzado sobre él, porque se acercaban lentos y tranquilos, sin abalanzarse en absoluto, como habrían hecho, dijéramos, unas aves de presa, no, no han hecho eso, por el contrario, se han detenido ante él, todos ellos muy silenciosos, más bien lentos y fríos cuando lo han rodeado y él no ha pronunciado una sola palabra para protestar o negar porque, sí, se había bebido una lata y habría podido darles las gracias por dejar que se la acabara…

* Traducción: Javier Albiñana
* Editorial: Anagrama

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El placer del viajero (Ian McEwan)

… Cada tarde, cuando la ciudad empezaba a bullir más allá de los postigos verde oscuro de las ventanas de su hotel, Colin y Mary se despertaban por el rítmico golpeteo de herramientas contra las barcazas de hierro amarradas al pontón del café del hotel. Por la mañana, aquellos cascos picados de herrumbre, sin carga visible ni medios de propulsión, solían desaparecer; volvían hacia el final de la jornada, y las tripulaciones se afanaban inexplicablemente con mazos y cortafríos. Entonces, bajo el bochornoso calor de últimas horas de la tarde, era cuando los parroquianos empezaban a reunirse en el pontón para tomar un helado en las mesas de hojalata y sus voces también invadían las sombras de la habitación, con risas y discusiones que inundaban a oleadas los breves silencios entre cada golpe penetrante de martillos. Se despertaban a la vez, o eso les parecía, y seguían tumbados sin moverse en sus camas individuales. Por razones que ya no podían determinar con claridad, Colin y Mary no se hablaban…

* Traducción: Benito Gómez Ibáñez
* Editorial: Anagrama

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Gente de letras

Ésta es una recopilación de comienzos de libros, tanto clásicos como contemporáneos, seleccionados según nuestros gustos. Esperamos que coincidáis con ellos en al menos un 90%.

Atentamente...

Fer, Paula, Xavier e Irina