Publicado por andromeda el 25 de septiembre de 2011.
… El aula de la rectoría de Heythram no era una estancia muy amplia, pero, tratándose de un frío día de enero, en una casa donde se tenía muy en cuenta el consumo de carbón, sus ocupantes no lo consideraban una desventaja. El modesto fuego que ardía en la alta chimenea con barrotes calentaba lo suficiente para que solo una de las jóvenes que allí se encontraban, Elizabeth, hubiera decidido cubrirse los hombros con un chal…
* Traducción: Gemma Rovira Ortega
* Editorial: Salamandra
Publicado en:
Georgette Heyer,
Reino Unido,
Salamandra.
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Publicado por ICS el 31 de agosto de 2009.
… Sylvester estaba junto a la ventana del comedor, con las manos apoyadas en la repisa, contemplando unas vistas espléndidas. Desde aquella estancia del ala este de Chance no se alcanzaba a ver el estanque ornamental, pero en la ondulada extensión de césped que en verano mantenía ocupadísimos a los jardineros se erigía un cedro, y más allá del jardín, las ramas de las hayas que delimitaban el bosque de Chance brillaban bajo el sol invernal. Para Sylvester las hayas conservaban su atractivo, aunque ahora lo atraía el reclamo de su espesura y no el de un territorio donde cada matorral escondía un dragón y en el que imaginarios caballeros trotaban por las veredas. Sylvester y Harry, su hermano gemelo, se habían hartado de matar esos dragones y de propinar fuertes palizas a esos caballeros. Ya no quedaba ninguno, y hacía casi cuatro años que Harry había muerto; pero seguía habiendo faisanes que sí tentaban a Sylvester, pues una sucesión de aciagas heladas había endurecido la tierra, privándolo de dos días de caza…
* Traducción: Gemma Rovira Ortega
* Editorial: Salamandra
Publicado en:
Georgette Heyer,
Reino Unido,
Salamandra.
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Publicado por ICS el 20 de febrero de 2009.
… El mayordomo, al reconocer a primera vista al único hermano vivo de la señora ―de lo que después informaría a sus subordinados, menos perpicaces―, se dignó a hacerle una reverencia a sir Horace y se creyó con derecho a decir que milady, pese a no encontrarse en casa para personas menos afectas, se alegraría de verlo. Sir Horace, sin dejarse impresionar por esa condescendencia, le entregó su sobretodo a un lacayo, su sombrero y su bastón a otro, dejó los guantes sobre la mesa de mármol y dijo que no le cabía la menor duda…
* Traducción: Gemma Rovira Ortega
* Editorial: Salamandra
Publicado en:
Georgette Heyer,
Reino Unido,
Salamandra.
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