… comienzos de libros …
… Llamo a Ramón, mi criado, y le pido que me ayude a salir, y me abrazo a él, que me envuelve en una toalla y me habla en voz baja, repitiendo muchas veces las mismas palabras como si quisiera hipnotizarme. Las gotas de agua se quedan en el mármol del suelo, junto a la bañera, como los restos de una belleza destruida.
Antes, cuando mi hijo traía a Roberto para que pasara con nosotros las tardes de domingo, encontraba en sus ojos infantiles destellos de esa belleza. Pensaba que dentro de él crecían los colores que luego habrían de perseguirlo para siempre. Mi propia mirada descubría las fuentes en las que bebía: el sol dibujando una telaraña en el jardín, el libro de los animales, las colecciones de cromos, la caja de metal en la que Eva guardaba golosinas que extraía con su mano deforme por la artrosis, pero que a Roberto le parecía la de un mago, el cajón de las viejas fotografías. A veces, cuando lo sentía extasiado en mis brazos, deseaba su felicidad, su muerte.
Ramón me coge del brazo y me conduce a lo largo del pasillo desde el salón donde he permanecido oyendo la radio, hasta mi cuarto. Se pone del lado derecho. Siempre es así…
* Editorial: Anagrama
… Hoy ha comido en casa y, a la hora del postre, me ha preguntado si aún recuerdo las tardes en que tu padre y tu tío se iban al fútbol y yo le preparaba a ella una taza de achicoria. He pensado que sí, que después de cincuenta años aún me hacen daño aquellas tardes. No he podido librarme de su tristeza.
Mientras los hombres se ponían las chaquetas y se peinaban ante el espejito del recibidor, ella se quejaba porque no la dejaban acompañarlos. Tu tío me guiñaba un ojo por encima de su hombro cuando le decía: «Te imaginas qué efecto puede hacer una mujer entre tantos hombres. Esto no es Londres, cielo. Aquí las mujeres se quedan en casa.» Y a ella se le saltaban las lágrimas con un rencor que, en cuanto pudo, nos obligó a pagar…
* Editorial: Anagrama
… Pienso que mientras que, aquí, los dedos del frío nos esperan a la salida del restaurante para pellizcarnos, siguen creciendo las plantas y se abren las flores delante de mi adosado en Denia a pesar de lo avanzado de la estación, mediados de noviembre; o que el aire fue tenue la pasada mañana y me envolvió con su respiración templada y húmeda mientras Pedrito aparcaba el coche ante mi casa y cargábamos el maletín que yo había preparado con un par de camisas, ropa interior, la bolsa de aseo, lo necesario para la excursión de dos días, al tiempo que él, de pie junto al coche, apoyando la mano derecha en la superficie de la puerta abatible del portamaletas, decía: «Es verdad que la casa es pequeña, pero tienes una vista grande»…
* Editorial: Anagrama
… Estás tendido sobre una sábana, sobre una lámina de metal, o sobre un mármol. Te estoy viendo. Vuelvo a verte. Me he olvidado de ti mientras he estado charlando con el ruso en la cafetería, observando por detrás de la cristalera a los turistas que, a primera hora de la mañana, ocupan las sillas de la terraza y a los que, unos metros más allá, se tienden sobre la arena o chapotean en el agua. Él se ha tomado un par de whiskies. Yo me he pedido un té con hielo. No quiero beber tan temprano. Pero he mirado con ansiedad los dos vasos que el camarero le ha puesto delante…
* Editorial: Anagrama