Las ovejas de Glennkill (Leonie Swann)
—Ayer estaba sano —dijo Maude. Sus orejas se movían nerviosamente.
—Eso no significa nada —repuso Sir Ritchfield, el carnero más viejo del rebaño—, ya que no ha muerto de enfermedad. Las palas no son ninguna enfermedad.
El pastor yacía junto al establo, cerca del camino, en la verde hierba irlandesa, inmóvil. Una corneja se había posado en su jersey noruego de lana y miraba en su interior con interés profesional. A su lado había un conejo con aire satisfecho. Algo más lejos, cerca del acantilado, se reunía el consejo de ovejas.
Habían conservado la calma al hallar a su pastor esa mañana inusitadamente frío e inerte, y se sentían muy orgullosas de ello. Claro que con el susto inicial habían dado algunos gritos irreflexivos: «Y ahora, ¿quién va a traernos heno?» O: «¡Un lobo! ¡Un lobo!» Pero Miss Maple se había ocupado con presteza de que no cundiera el pánico. Explicó que, en cualquier caso, a mediados de verano en los pastos más verdes y ricos de Irlanda sólo un tonto comería heno, y que ni siquiera los lobos más astutos les clavaban a sus víctimas una pala en el cuerpo…
* Traducción: María José Díez y Diego Friera
* Editorial: Salamandra