El árbol de la ciencia (Pío Baroja)

(ANDRÉS HURTADO COMIENZA LA CARRERA)

Serían las diez de la mañana de un día de octubre. En el patio de la Escuela de Arquitectura, grupos de estudiantes esperaban a que se abriera la clase.
De la puerta de la calle de los Estudios que daba a este patio, iban entrando muchachos jóvenes que, al encontrarse reunidos, se saludaban, reían y hablaban.
Por una de estas anomalías clásicas de España, aquellos estudiantes que esperaban en el patio de la Escuela de Arquitectura no eran arquitectos del porvenir, sino futuros médicos y farmacéuticos.
La clase de química general del año preparatorio de medicina y farmacia se daba en esta época en una antigua capilla del Instituto de San Isidro convertida en clase, y ésta tenía su entrada por la Escuela de Arquitectura.
La cantidad de estudiantes y la impaciencia que demostraban por entrar en el aula se explicaba fácilmente por ser aquél primer día de curso y del comienzo de la carrera.
Ese paso del bachillerato al estudio de facultad siempre da al estudiante ciertas ilusiones, le hace creerse más hombre, que su vida ha de cambiar…

* Editorial: Alianza

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La zapatera prodigiosa (Federico García Lorca)

(Cortina gris. Aparece el autor. Sale rápidamente. Lleva una carta en la mano.)

EL AUTOR
Respetable público… (Pausa) No, respetable público no, público solamente, y no es que el autor no considere al público respetable, todo lo contrario, sino que detrás de esta palabra hay como un delicado temblor de miedo y una especie de súplica para que el auditorio sea generoso con la mímica de los actores y el artificio del ingenio…

* Editorial: Alianza

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Los Thibault / 1 (Roger Martin du Gard)

… En la esquina de la calle de Vaugirard, cuando bordeaban ya las edificaciones de la escuela, el señor Thibault, que durante todo el trayecto no había dirigido la palabra a su hijo, se detuvo bruscamente:
—¡Esta vez sí que no, Antoine! No; ¡esta vez ya pasa de la raya!…

* Traducción: Félix Caballero Robredo
* Editorial: Alianza
* Serie: Los Thibault, n.º 1

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Una mujer en la oscuridad (Dashiell Hammett)

… Se le torció el tobillo y se cayó. El viento del sur, que soplaba colina abajo azotando los árboles del borde de la carretera, apagó su exclamación hasta un suspiro y le arrebató el pañuelo haciéndolo desaparecer en la oscuridad. Ella se fue sentando despacio, apoyándose en la grava con las palmas y girando el cuerpo hacia un lado para librerar la pierna que se le había quedado debajo.
A sus pies, en el camino, yacía su zapato derecho. Al ponérselo se dio cuenta de que le faltaba el tacón…

* Traducción: Francisco Páez de la Cadena
* Editorial: Alianza

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Celia novelista (Elena Fortún)

(AVENTURAS CON LOS TITIRITEROS)

Papá, al despedirse, cuando se fue lejísimos con mamá y Baby, me regaló un libro precioso, con unas hojas blancas y las tapas de piel.
—Para que escribas en él tus fantasías —me dijo.
La madre Loreto se lo enseñó a todas las madres.
—Debería escribir en él jaculatorias y oraciones…
—No; yo escribiré una novela. Una novela como un cuento…

* Ilustraciones: Molina Gallent
* Editorial: Alianza
* Serie: Celia, n.º 3

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Los silencios del Dr. Murke (Heinrich Böll)

… Todas las mañananas, al entrar en la emisora, Murke realizaba un ejercicio gimnástico de tipo existencialista: saltaba al ascensor paternoster, pero no se quedaba en el segundo piso, donde estaba su despacho, sino que continuaba hacia arriba, pasando el tercer piso, y el cuarto y el quinto. Siempre se estremecía cuando la plataforma de la cabina rebasaba el descansillo del quinto piso y se introducía, rechinando, en el hueco donde las cadenas engrasadas de la quejumbrosa máquina, sostenidas por soportes embadurnados de sebo, cambiaban la dirección ascendente de la cabina y la situaban en la de descenso…

* Traducción: Carmen Ituarte
* Editorial: Alianza

Publicado en: Alemania, Alianza, Heinrich Böll. Comentarios desactivados en Los silencios del Dr. Murke (Heinrich Böll)

Papel mojado (Juan José Millás)

… Recuerdo una frase leída en algún sitio y repetida luego hasta la saciedad: «Lleva cuidado con lo que deseas en la juventud, porque lo tendrás en la edad madura». Junto a ella aparece otra de semejante calibre que la complementa y que fue para los de mi generación tan importante como la primera: «A partir de cierta edad cada hombre es responsable de su rostro».
He querido citarlas a propósito de mi amigo Luis Mary, que se las aprendió a una edad terrible, situada entre el final de la adolescencia y el principio de lo que luego resultó ser la juventud, y que se las creyó hasta el punto de convertirlas en un programa de vida. Si deseó lo correcto, el diablo y él lo sabrán; lo cierto es que a los treinta y cinco tenía el rostro que caracteriza a los habitantes de las tinieblas…

* Editorial: Alianza

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La corrupción de un ángel (Yukio Mishima)

… Mar afuera, la neblina tornaba negros los barcos lejanos. Aun así el día era más claro que el precedente. Podía distinguir las crestas de la península de Izu. El mar de mayo se hallaba tranquilo. El sol era fuerte, apenas había mechones de nubes y el mar estaba azul.
Contra la orilla rompían diminutas ondas. Pero antes de quebrarse había algo de repelente en los colores de ave nocturna de las panzas de las ondas, como si contuvieran todas las variedades desagradables de algas marinas.
El batir del mar, jornada tras jornada, diaria repetición del batir del mar de leche en la leyenda india. Tal vez el mundo no le permitía reposo. Tal vez algo en el mar conjuraba toda la maldad que había en su naturaleza.
La turgencia del mar de mayo, agitando incansable e inquieto sus reflejos, una miríada de diminutos clavos.
Tres aves parecieron trocarse en una en lo alto del cielo. Luego se separaron en desorden. Había algo maravilloso en aquella unión y en aquella separación. Tenía que significar algo aquel llegar, tan juntas que podían sentir el viento agitado por otras alas; y luego, de nuevo, la distancia azul entre ellas…

* Traducción: Guillermo Solana Alonso
* Editorial: Alianza
* Serie: El mar de la fertilidad, n.º 4

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El Templo del Alba (Yukio Mishima)

… Era la estación de las lluvias en Bangkok. El aire se hallaba saturado de una llovizna constante y tenue y con frecuencia las gotas de agua caían bajo los brillantes rayos del sol. Aquí y allá se veían siempre jirones azules, e incluso cuando las nubes se espesaban con más fuerza en torno del sol, el cielo en toda su extensión era deslumbrantemente azul. Ante la proximidad de un chubasco se tornaba ominosamente oscuro y amenazador. Como un presagio, una sombra envolvería entonces aquella ciudad de tejados bajos, predominantemente verde y punteada de palmeras…

* Traducción: Guillermo Solana Alonso
* Editorial: Alianza
* Serie: El mar de la fertilidad, n.º 3

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Gente de letras

Ésta es una recopilación de comienzos de libros, tanto clásicos como contemporáneos, seleccionados según nuestros gustos. Esperamos que coincidáis con ellos en al menos un 90%.

Atentamente...

Fer, Paula, Xavier e Irina