Tetrammeron (José Carlos Somoza)

… Este libro es una caja de color caoba con una cerradura dorada en el centro.
Dentro de ella hay muchas cajas más. Es posible que quieras abrirlas todas en este mismo instante. Si lo haces, llegarás a la última antes de tiempo y verás su interior.
Pero debo advertirte algo: eso, sin estar preparado, puede ser peligroso.
La caja final se halla al final porque debe abrirse después de haber examinado cuidadosamente todas las anteriores. No digas luego que no te avisé.
Ahora, toma la llave de la caja color caoba y ábrela.
En su interior, otra, esta vez de marfil, adornada con delicadas filigranas. Sobre la tapa, un nombre: «Soledad»…

* Editorial: Seix Barral

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El cebo (José Carlos Somoza)

… La máscara parecía mirar a la muchacha con expresión malévola. Pero se trataba, tan solo, de un simple adorno étnico, tallado en madera y colgado de la pared. Había otra máscara idéntica, situada a cierta distancia de la primera. La muchacha se fijó en ellas por primera vez cuando le pidieron que se colocara de perfil. Solo hablaba la persona que estaba sentada; la otra permanecía de pie tras la silla, en silencio.
―Ahora, por favor, quítate la camisa…

* Editorial: Random House Mondadori

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Cartas de un asesino insignificante (José Carlos Somoza)

(NOTA DEL EDITOR)

La imaginación es un palacio abstracto. No debe dársele mayor importancia a la correspondencia que sigue de la que permite deducir su lectura completa. Se publica tal como llegó a nuestras manos, incluso las cartas inacabadas o interrumpidas. Todos los personajes descritos en ella existen o han existido. Todos, salvo uno. La persona que me las envió me rogó encarecidamente que no desvelara bajo ningún concepto la identidad de este personaje irreal. No importa: sé que el lector la descubrirá por sí mismo.

(…)

Estimada señorita. Voy a matarla y usted lo sabe, así que me asombra su silencio…

* Editorial: DeBolsillo

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La caverna de las ideas (José Carlos Somoza)

… El cadáver se hallaba tendido sobre la fragilidad de unas parihuelas de abedul. El torso y el vientre eran un amasijo de reventones y desgarros florecidos de sangre cuajada y tierra reseca, aunque la cabeza y los brazos presentaban mejor aspecto. Un soldado había apartado los mantos que lo cubrían para que Aschilos pudiera examinarlo, y los curiosos se habían acercado, al principio con timidez, después en gran número, formando un círculo alrededor del macabro despojo. El frío erizaba la piel azul de la Noche, y el Bóreas hacía ondular la cabellera dorada de las antorchas, los oscuros bordes de las clámides y la espesa crin del casco de los soldados. El Silencio tenía los ojos abiertos: las miradas estaban pendientes de la terrible exploración de Aschilos, que, con gestos de comadrona, separaba los labios de las heridas o hundía los dedos en las espantosas cavidades con la pulcra atención con que un lector desliza su índice por los grafitos de un papiro, todo bajo la luz tenue de una lámpara que su esclavo le acercaba, protegiéndola con la mano de los zarpazos del viento…

* Editorial: Alfaguara

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ZigZag (José Carlos Somoza)

… Sierra de Ollero,
12 de julio de 1992,
10.50 h

No había niebla ni oscuridad. El sol lucía en lo alto con la eterna belleza de un dios griego y el mundo era verde y estaba repleto de la fragancia de pinos y flores, el canto de cigarras y abejas y el tranquilo resonar del arroyo. Nada podía inquietar en esa naturaleza plena de vida y luz, pensaba el hombre, aunque, sin saber muy bien por qué, tal pensamiento le resultaba inquietante. Quizá era el contraste entre lo que veía y lo que sabía que podía suceder, las mil formas en que el azar (o algo peor) podría torcer las sensaciones más felices. No es que el hombre fuera pesimista, pero ya tenía cierta edad, y las experiencias que había acumulado lo hacían sospechar de cualquier situación con apariencia de paraíso …

* Editorial: Plaza & Janés

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La ventana pintada (José Carlos Somoza)

… Cerré los ojos al entrar y los abrí un segundo después, como de costumbre.
Ahora que lo pienso, nada presagiaba que fuera a ocurrir algo distinto de lo habitual. Se trataba de un sábado más en la calle del Pez, y estábamos los de siempre: el viejo que se parecía a Borges ya había llegado y rastreaba en la fila de los actores del cine mudo, frente a mí; dos chicas comentaban cosas en voz baja y se reían con timidez inclinadas sobre un álbum en una esquina; la trampilla estaba abierta, pero el gordo no subía ni bajaba por ella sino que meditaba tras el mostrador, ordenando grupos de fotos y mascando chicle. Todo discurría a la velocidad de lo cotidiano, de lo vital, y por más que me esfuerzo no logro recordar un solo detalle fuera de lugar…

* Editorial: Alianza

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Dafne desvanecida (José Carlos Somoza)

… Me he enamorado de una mujer desconocida…

* Editorial: DeBolsillo

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La llave del abismo (José Carlos Somoza)

… Una fea madrugada de otoño un joven llamado Klaus Siegel salió de su casa en una pequeña calle del oeste de Dortmund y se dirigió a pie a la estación de tren. Caía una llovizna incesante que espolvoreaba de oro las aceras bajo las luces de las farolas, y el largo pelo rubio del joven se aplastaba, húmedo, en su cabeza y sobre los tirantes de la holgada pieza roja que vestía. Balanceaba la mano izquierda al caminar, la derecha desaparecía bajo la prenda. Al llegar a la estación, aguardó turno en una máquina expendedora de billetes y adquirió uno para el Gran Tren de las 7.45 con destino a Hamburgo. Ocupó un asiento de un grupo de cuatro en el nivel superior de la estación central, y el tren se puso en marcha.
Era el único pasajero en aquella hilera. Nadie se fijó en él, su aspecto no tenía nada de particular; su expresión era neutra y en esto no se diferenciaba del resto de viajeros.
El borde de su largo vestido goteaba, formando una pequeña mancha bajo sus botas. Poco a poco, conforme el tren adquiría velocidad, la mancha se hizo mayor y más oscura, y se añadieron pequeñas gotas rojas…

* Editorial: Plaza & Janés

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Clara y la penumbra (José Carlos Somoza)

… La adolescente está desnuda sobre un podio. El vientre liso y la elipe oscura del ombligo quedan a la altura de nuestra mirada. Mantiene el rostro ladeado, los ojos bajos, una manos frente al pubis, la otra en la cadera, las rodillas juntas y algo flexionadas. Está pintada de siena natural y ocre. Sombras en siena tostado realzan los pechos y perfilan las ingles y la rajita. No deberíamos decir «rajita» porque hablamos de una obra de arte, pero al verla no se nos ocurre otra cosa…

* Editorial: DeBolsillo

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Gente de letras

Ésta es una recopilación de comienzos de libros, tanto clásicos como contemporáneos, seleccionados según nuestros gustos. Esperamos que coincidáis con ellos en al menos un 90%.

Atentamente...

Fer, Paula, Xavier e Irina